El Amor —con mayúscula— no nace en nosotros.
Es la Presencia viviente, la Fuente profunda desde donde proviene todo.
Es el océano.
Mi amor humano —amar con minúscula— es apenas una porción, una gota.
No es equivalente al Amor, pero pertenece a Él como un destello pertenece al fuego que lo originó.
Amar consiste en rendir el corazón a esa Presencia
y, desde esa rendición, permitir que mi ego —mi identidad pública—
ofrezca en el mundo servicio y presencia impregnados del Amor que me tocó.
No soy el origen de la Luz.
Soy la grieta por donde la Luz se manifiesta.
En mí viven dos maneras de existir:
El ser auténtico:
la playa donde llega la ola del Amor.
El terreno interior donde la Fuente toca mi vida.
El ego:
la estructura externa que me permite actuar, hablar, decidir, servir.
No es enemigo; es instrumento.
La realización ocurre cuando:
1. El Amor toca mi interior.
2. Mi ser auténtico se rinde.
3. El ego se pone al servicio del ser auténtico.
4. El mundo recibe Amor a través de mi presencia.
Ese es el orden natural:
Amor → Ser íntimo → Ego → Manifestación → Mundo.
Cuando se invierte, aparece el sufrimiento.
Cada instante es un umbral.
Un puente entre lo pasajero y lo eterno.
En ese instante yo no creo la eternidad.
La eternidad ya es.
Lo que sí hago es entregarme a ella con la cualidad de lo que vivo ahora.
Cada segundo contiene dos caminos:
dejar que mi ser auténtico lo reciba
y permitir que mi ego lo exprese con servicio, presencia y verdad.
o
cerrarme con miedo,
y poner mi ego al servicio de lo que no nace del corazón.
Lo que entrego en el instante queda hecho.
No porque yo lo eternice,
sino porque al vivirlo lo atravieso hacia la eternidad.
Si entrego miedo, queda miedo.
Si entrego apertura, queda apertura.
Si entrego Amor, queda Amor.
No es moral.
Es ontológico.
Si el ego se desconecta del Amor que llegó a mi interior,
lo que entrego en el mundo me mortifica.
La incomodidad posterior es una brújula:
me recuerda que le di la espalda a lo esencial,
al Amor que quiso manifestarse
y que yo no permití que naciera en mi presencia.
La libertad surge cuando el ego obedece.
Cuando reconoce que su función no es competir con el ser auténtico,
sino servirlo.
La muerte no es castigo.
No es interrupción.
No es fracaso.
La muerte es la servidora de la Vida.
Aparece para acompañarnos a soltar el capullo,
para permitirnos rendirnos,
para ayudarnos a entregarnos al Amor que ya está del otro lado.
Morir es la gota que finalmente se sumerge en el océano.
Es la rendición final al Amor que nos sostiene desde siempre.
Estoy dejando de existir como semilla
para convertirme en brote.
Estoy soltando el capullo
para ser mariposa.
Estoy dejando el límite
para entrar en la amplitud.
El gran viaje no es exterior.
Es interior.
Ocurre en la intimidad del instante,
en la comunión entre el Amor que llega
y mi rendición a Él.
Y luego, desde ahí,
mi ego sirve en el mundo como canal humilde de esa Presencia.
La vida me regala una pregunta que define todo:
Porque no es mañana donde ocurre la eternidad.
Es aquí.
Es ahora.
Es en lo que entrego
y en lo que dejo fluir del Amor que me llega.
El instante no me pregunta si merezco.
No me pregunta si soy perfecto.
Solo me pide que me rinda
a la Presencia del Amor en mi interior
y la deje pasar al mundo.
Ese es el acto mayor.
La verdadera transformación.
La gran liberación.
Carlos Vélez, Psicólogo
2 de diciembre de 2025