Entrega a la
Vida Eterna
De lo circunstancial y aparente a lo esencial y perenne
De lo circunstancial y aparente a lo esencial y perenne
Hace poco grabé un mensaje que, para mí, era esencial.
Había nacido desde un lugar muy profundo: una lucidez interna que quería expresar, ordenar y entregar.
Mientras hablaba, sentía que estaba diciendo algo verdadero, algo que mi corazón llevaba tiempo queriendo manifestar.
Esperaba que el sistema lo transcribiera y quedara guardado como un testimonio de ese instante.
Pero todo desapareció.
Sin rastro.
Sin aviso.
Sin posibilidad de recuperación.
Por un momento me sentí desconcertado:
“¿Cómo algo tan sentido puede quedar sin existir para los demás?”
Y ahí empezó la revelación.
Ese instante me mostró una verdad que había intuido, pero no vivido con tanta nitidez:
Mi existencia no la define la circunstancia.
Mi verdad no la valida la grabación.
Mi esencia no depende de ser reconocida ni registrada.
Lo que expresé existió
aunque el archivo se borrara.
Lo que entendí existió
aunque el mundo no tuviera testimonio.
Lo que nació en mi corazón existió
aunque nadie más lo oyera.
Comprendí que la ilusión de “dejar huella” es un espejismo muy propio de nuestro mundo externo:
la fantasía de que valgo si otros me ven, me oyen, me guardan, me aprueban, me recuerdan.
Y la verdad es otra:
La esencia existe aunque la circunstancia no la reconozca.
Ese mensaje no necesitaba quedar en un archivo.
Quedó en mí.
Quedó en mi eternidad interna.
Quedó en la claridad que se abrió en mi corazón.
La desaparición del archivo me reveló algo aún mayor:
La eternidad no me espera mañana.
Yo me estoy entregando a ella ahora.
No voy hacia la eternidad “después”.
La eternidad sucede en el mismo instante en que vivo lo que vivo.
Cada segundo que atravieso —luminoso u oscuro—
queda eternizado en mí
porque al vivirlo, me entrego por completo a ese instante.
No se trata de construir una eternidad como quien fabrica un resultado.
Se trata de entregarme a la eternidad en cada acto,
en cada emoción,
en cada palabra que nace de mí.
Y así aparece la verdad profunda:
Cada instante que vivo es mi entrada real a la eternidad.
No es que la eternidad me esté esperando en un futuro.
Es que yo, viviendo este momento,
me entrego a la eternidad que ya está aquí.
Eternizo todo lo que entrego.
No solo lo que valoro.
No solo lo que me enorgullece.
No solo lo que llamo “bueno”.
Si entrego miedo, eternizo miedo.
Si entrego apertura, eternizo apertura.
Si estoy en sombra, eternizo sombra.
Si estoy en claridad, eternizo claridad.
No es un acto moral.
Es un acto ontológico.
Cada instante es eterno porque cada instante al vivirlo pasa de lo transitorio a lo real.
Por eso, tiempo después, puedo lamentar haber eternizado algo que no valoro hoy.
Y por eso es tan importante preguntarme:
¿Qué estoy entregando a la eternidad en este instante?
Aquí aparece otra distinción esencial que siento verdadera:
Yo puedo amar con “a” pequeña.
Ese amar es humano, frágil, limitado, influido por mis historias y mis heridas.
Es la gota.
Y existe el Amor con mayúscula.
El Amor inmenso, el Amor originario, el Amor viviente que no nace de mí, sino que fluye a través de mí cuando estoy abierto y cuando Él quiere.
Es el océano.
Es la Fuente.
Y yo soy apenas una grieta por donde esa Fuente se manifiesta, una playa acariciada por sus olas.
Cuando abro mi corazón, ese Amor se expresa en mi instante.
Y ese instante queda eternizado como expresión del Amor, no como logro personal.
Toda esta comprensión me hizo sentir algo más:
Estoy dejando de existir como semilla
para empezar a vivir como planta que brota.
Estoy soltando el capullo de mis límites,
como quien rompe el cascarón para dejar que la vida se expanda desde dentro.
Ser libre es eso:
no esperar a que el mundo me valide,
no esperar a que mi mensaje quede guardado,
no esperar a ser reconocido por otros.
Ser libre es abrirme a lo que nace de mí,
aunque nada quede grabado,
aunque nadie lo vea,
aunque solo quede en la eternidad silenciosa de mi propio ser.
En esta comprensión, surge la pregunta que hoy guía mi vida:
¿Qué estoy eternizando con cada instante que vivo?
Porque mi eternidad no es un lugar al que voy a llegar.
Mi eternidad es lo que estoy creando con lo que entrego aquí y ahora.
Y hoy puedo decirlo así:
El gran regalo no es esta vida física.
El gran regalo es, con cada instante, poder entregarme a la eternidad.
Y si algo quiero vivir es reconocerme como:
Un canal del Amor que me atraviesa.
Un servidor a la verdad interior que se abre paso en mí.
Un manantial humilde que deja fluir lo que no es solo suyo, sino universal.
Carlos Vélez, Psicólogo
30 de noviembre de 2025